El Espacio Económico se ha entendido -sobre todo- desde su concepción empírica; esto es, como el espacio geográfico que contiene realidades físicas: ciudades, cuencas, ríos, etc. No obstante, el agotamiento del espacio en el sentido puramente geográfico puede llevar a errores a la hora de analizar y elaborar políticas sobre territorios tan complejos como el Perú. Por ello, el siguiente artículo trata de complejizar y definir el concepto de espacio para ver su aplicación en las Ciencias Sociales, con énfasis en la Economía (Política) Regional. Se verá que hay tres dimensiones que no se deben dejar de considerar a la hora de hacer estudios regionales, pero que, no obstante, su consideración entra en tensión con los nuevos métodos estadísticos o econométricos.
La expresión “Espacio Económico” puede sonar rara dada la combinación de conceptos que la compone. De hecho, esto viene de la tradición de Moritz Schick, fundador del Círculo de Viena, quién concibe al espacio bajo una explicación puramente geométrica y física, es decir, como un espacio absoluto (Asociación Ernst Mach, 2002, pp. 117–121; Morente, 2005, pp. 49–51). Evidentemente, en este sentido, hablar de Espacio Económico es una incongruencia o una aplicación de conceptos geométricos a campos científicos que no lo son. Por tanto, se empezará por un análisis breve del espacio geométrico como caso particular del espacio.
Cuando se habla de “espacio”, generalmente se hace referencia al espacio cósmico, es decir: un espacio físico envolvente, ilimitado (que no infinito) y vacío. Esta concepción del espacio ha sido canonizada y extendida por los avances en las ciencias mecánicas, particularmente en Newton, con el espacio isotrópico, amorfo y vacío (Ortiz, 2017, pp. 13–20). En efecto, Spengler ([1923] 2011), al clasificar culturas considerando precisamente el espacio, menciona que frente a la cultura griega (donde el espacio es finito) o la cultura egipcia (donde el espacio es lineal), la cultura occidental tiene un espacio fáustico: ilimitado y tridimensional (pp. 134–144).
Entonces, el espacio se define en realción a la cantidad de dimensiones (ejes) que contiene, formando un espacio geométrico – vectorial. Un espacio que contiene direcciones y, por ende, empieza a operar en relación con el hombre.[1] En este marco, se puede hablar de un espacio antrópico o antropológico.
Pero, ¿Qué es el espacio?
Se tiene un consenso de que el origen etimológico de espacio proviene del latín “spatium”, el cual a su vez tiene relación con el griego “spadium” y “stadium”, de modo que el espacio es concebido -lingüística y filológicamente- como un campo para correr (De Baraño, 1983, pp. 171–176). En otras palabras, el espacio está asociado a lo finito, lo manejable y lo vacío; por tal razón, posee vectores y empieza a tener una imagen amorfa y antrópica.
Kant, por otro lado, no sitúa al espacio como un concepto, cuanto como una forma a priori de la sensibilidad; es decir, como un caso especial de totalidades atributivas donde las propiedades físico–matemáticas como la densidad, el calor, etc., definen un contiguo espacial (Guerrero, 2005, pp. 41–60). El espacio, entonces, implica una multiplicidad de partes organizadas concatenadamente, pero independientes unas de otras (ortogonales) como se muestra en el Gráfico 1. De nuevo: reconstruir la idea de espacio es importante, pues muestra cómo el espacio geométrico (absoluto) es un caso especial del espacio.
No todo está ligado con todo, pero tampoco nada con nada (Bueno et al., [1987] 1991, pp. 43–50). Es decir, hay una multiplicidad de partes que conforman al espacio geométrico; partes concatenadas unas con otras, pero no todas con todas. De esta manera, ya se puede exponer la idea de un Espacio Económico, partiendo del Espacio Antropológico en tanto espacio geométrico, donde el hombre interviene y es intervenido.
El Espacio Antrópico o Antropológico
La idea de Espacio Antropológico evidentemente tiene que ver con la Antropología y, por tanto, no se puede entender sin dos cuestiones previas: el material antropológico y el campo antropológico (Bueno, 1996, p. 91).
El material antropológico se concibe como un conjunto de realidades que delimitan el campo a considerar (pp. 92–94), es decir, son objetos dados empíricamente y valiosos para la arqueología, prehistoria, sociología, etc. El campo antropológico, por otro lado, se concibe como un conjunto de elementos con múltiples relaciones entre sí que, al clasificarse, tienen la posibilidad de construir operaciones diferentes (p. 109–111). En otras palabras, el material antropológico en tanto que es descriptivo determina la formación del campo; y este último reproduce clases, lo que hace posible hablar de un Espacio Antropológico.
Este espacio incluye al material antropológico sin que este trate únicamente del material antropológico o pretenda decir que la Antropología es autónoma.[2] A saber, el hombre no puede explicarse por sí mismo o en clave autónoma, pues no puede separarse de un conjunto de realidades sin el cual no podría sobrevivir. Entonces, el Espacio Antropológico es una multiplicidad de realidades que necesita el hombre para explicarse y que no necesariamente son humanas (Bueno, 1978, pp. 66–69), de ahí que el problema de este espacio sea encontrar dimensiones y criterios de clasificación. El Gráfico 2 muestra que las dimensiones están establecidas por los materiales para, desde ellas, situar ejes independientes, pero no disociados.
Este espacio no es una novedad, pues desde inicios de la cultura se ha trabajado el concepto de manera equivalente.
En la antigüedad, tanto lo divino como lo humano tenían multiplicidad de clases bajo un marco mitológico funcional; ciertamente, la tradición cristiana resuena con la jerarquía divina: dios–padre, dios–hijo y espíritu santo, para luego dar paso a las jerarquías en el mundo físico y en la unión hipostática (Areopagita, [1541] 2020, pp. 33–41). La multiplicidad de ejes es evidente en un espacio antrópico mitológico o religioso, plasmado en el Gráfico 3a.
Asimismo, los pensadores modernos recogen la sobriedad aristotélica que llega a Bacon, Kant, Descartes, etc., con el planteamiento de tres ejes: acto puro, supralunar y mundo sublunar. Este espacio antrópico moderno se caracteriza por reducir la multiplicidad de ejes a la tridimensionalidad, como se puede ver en el Gráfico 3b. De hecho, el conocido modelo de Bacon (1620), por ejemplo, habla de que el hombre pueda situarse en tres ideas: dios (De Numine), mundo (De Mundo) y hombre (De Homine), sobre las cuales se construyen las ciencias (Manzo, 2004, pp. 316–326).
Sin embargo, la crítica del racionalismo reduciría el espacio tridimensional a dos dimensiones: la naturaleza y el hombre o la naturaleza y el espíritu, como lo plantearía Hegel (Vera, 2016, p. 94–95). Y no es hasta el materialismo histórico en el que se plasmaría la versión más conocida de este dualismo del espacio, la cual asume que las ciencias giran en torno a la naturaleza, donde el hombre es una parte más o menos importante de ella (Lefebvre, 1974, p. 223). En este sentido, el hombre se destaca de la naturaleza por sobre la divinidad lo que configura un espacio de dos ejes (bidimensional), como se puede ver en el Gráfico 3c.
Ahora bien, no se puede reducir el mundo a la naturaleza o al hombre. Siguiendo a Feuerbach ([1841] 2018), se puede atribuir la existencia originaria de los dioses en referencia a su origen como parte de la naturaleza (por ejemplo, los astros) o bien como proyecciones subjetivas del hombre, el autor menciona: “Primero crea el hombre, sin saber y sin quererlo, a Dios según su imagen propia, y luego crea este Dios, sabiéndolo y queriéndolo, al hombre según su imagen” (p. 149). Pero una cosa es poner en duda la existencia de dioses independientes de la naturaleza y otra es reducir esto a un plano bidimensional (hombre–naturaleza), dado que hay una necesidad de establecer tres ejes por pura clasificación empírica, que no arbitraria, pues también existe una realidad religiosa corpórea. Con todo lo mencionado se puede reproducir la Teoría de los tres ejes del Espacio Antropológico (Bueno, 1996, pp. 94–101):
El Espacio Antropológico está constituido por los hombres, cuyas interacciones reproducen una serie de interrelaciones como si fueran puntos que luego se unen mediante un círculo. Esto es, el eje circular.
Por otro lado, las realidades impersonales, carentes de razón, conocimiento, sentimientos, etc., también son puntos que envuelven al hombre (que también es un punto), de modo que al trazar líneas entre ambos se forman radios que representan la relación de estas realidades con el hombre. Esto es, el eje radial.
Sin embargo, hay entidades que están entre los ejes previos, es decir: realidades que no son hombres, pero que sin embargo tienen un comportamiento parecido (mamíferos, aves, etc.) y tienen una relación no circular ni radial con el hombre. Entidades que, al trazar lineas, forman ángulos con los dos círculos anteriores. Esto es, el eje angular.
Aparte de su corporeidad (no hay espacio para ángeles, dioses, etc.), lo interesante de este planteamiento, es que precisamente hay materiales antropológicos que se reducen a uno, dos o tres ejes. Por ejemplo, las relaciones entre hombres mediante el lenguaje se agotan en el eje circular; las relaciones con la naturaleza como la extracción se agota en el eje radial; y las entidades no humanas como los animales simbólicos que forman una teoría de la religión se agotan en el eje angular. Estos tres ejes componen el Espacio Antropológico, mostrado en el Gráfico 4.
El Espacio Económico
Después de considerar el Espacio Antropológico, recién se puede hablar de un Espacio Económico que opera con eje circular, radial y angular. Por lo cual, se puede hacer una aplicación funcional de este espacio a la Economía Regional, comprendiendo al Perú como una sociedad política: una realidad antrópica que necesita de los tres ejes para reproducirse. Las relaciones de poder legislativo (eje circular), la base económica (eje radial) y los animales religiosos (eje angular) constituyen una sociedad política respecto a otras distintas de la suya.
En consecuencia, la Economía Regional no se puede reducir solo al eje radial que es la infraestructura marxista en tanto aprovechamiento del uso y transformación de la naturaleza (energía) animada o inanimada, el cual tiene que ver con la tributación, el trabajo y la planificación. Pues hay multiplicidad de materiales antropológicos que desarrollan la economía como formas heterogéneas de producción, distribución e intercambio (Comas, 1998, pp. 63–71). La Economía Regional, y la Economía en general, necesita también del eje circular y angular; necesita considerar el Espacio Antropológico.
No obstante, el descuido del concepto de espacio por parte de los estudios en Economía se puede explicar en gran medida por una hegemonía disciplinar neoclásica. Ciertamente, Marshall ([1920] 1982) entiende que el espacio tiene poca relevancia respecto al tiempo en el enfoque de teorías y modelos económicos con un mercado abstracto (estructural) y estático (pp. 15–20), es decir, el descuido relativo del espacio se justifica por su carácter cambiante y exógeno del espacio geográfico. De ahí, los estudios regionales tienen relevancia académica recién a partir de la segunda mitad del Siglo XX, interés que inicia en países desarrollados y luego es expandido por Latinoamérica hasta llegar al Perú, recién en los años ’90s (Palomino, 2020, pp. 44–51).
Palomino (2020) propone cuatro concepciones analíticas del espacio en la Economía Regional: “físico–métrico” con la teoría de la localización, que aborda las barreras (léase distancias) físicas entre los mercados; “uniforme–abstracto” con las teorías del crecimiento regional que abordan los espacios como territorios administrativos; “diversificado–relacional” con las teorías del desarrollo regional que abordan la heterogeneidad productiva y concentración de la producción; y, finalmente, “diversificado–abstracto” con las teorías de la aglomeración que aborda el desplazamiento de los factores productivos (pp. 42–44, traducción propia).
Estas concepciones han sido valiosas para el desarrollo de la economía como disciplina académica, sin embargo, están subordinadas a una concepción empírica del espacio, esto es: una suerte de determinismo geográfico.
El espacio empírico está contenido por realidades geográficas físicas como una ciudad, cuenca, rio, etc., de una sociedad política como el Perú. Si bien, en el análisis económico, esta sociedad puede explicarse por el espacio empírico, no puede agotarse en este. Es decir, no se comprende una economía regional que no sitúe al espacio geográfico como consecuencia del espacio social, político y económico; no en viceversa. Frente a esta concepción empírica del espacio, una concepción materialista es más adecuada.
La concepción materialista del espacio no separa la geografía de la sociedad, sino que los trata como elementos relacionales. Este espacio no es tocable ni medible, esto es: un espacio abstracto, dentro del cual se sitúa el Espacio Económico (Gonzales de Olarte, 2022). De hecho, el mercado solo es visible (corpóreo) en su composición institucional positiva (léase ferias o mercados de abasto), pero la mayoría de mercados no lo son como el mercado laboral, monetario, etc. Entonces, el Espacio Económico subordina a los agentes que la componen, quienes a su vez modifican el espacio empírico.
En conclusión: resulta necesario ir del espacio empírico al espacio abstracto, pasando por la concepción materialista del espacio, para aplicar la racionalidad económica. Esto implica analizar los modos de producción que determinan estructuras sociales, las cuales reconfiguran espacios geográficos con el tiempo.
Subversión de la Economía Regional en Economía Política Regional
Gonzales de Olarte (2022) menciona que la transformación natural del espacio geográfico determina el espacio económico. Y el término clave en su descripción no está en “geográfico” cuanto en “transformación”, pues la extracción de energía animada (trabajo) e inanimada (recursos naturales) define relaciones de producción, relaciones sociales y, con esto, el espacio geográfico. De allí que las relaciones sociales de producción configuren, por ejemplo, la jurisdicción (eje circular), la ecología (eje radial), y la ideología (eje angular).
Por tanto, modos de producción distintos transforman de manera distinta al espacio geográfico, el cual se modifica por el objetivo central de la producción y la reproducción (Comas, 1998, pp. 71–76). A saber: el Espacio Económico se transforma por acción de los distintos modos de producción que han sucedido en la historia, y por las condiciones corporeas (tecnologícas) de cada momento historico.
Y precisamente, lo mencionado da paso a hablar de Economía Política, pues es una disciplina que se centra fundamentalmente en la necesidad de reproducir y ampliar un modo de producción dado, a pesar del/debido al Estado. Disciplina que pone énfasis en los modos de producción y las estructuras sociales que se van construyendo en un contexto de mercantilización capitalista (Gonzales de Olarte y Del Pozo, 2018, pp. 2–4). De ahí, la Economía Política Regional se caracteriza por el enfoque analítico de la distribución y el intercambio, desde la producción, considerando el Espacio Económico embedded (incrustado) en el Espacio Antropológico.
La historia hace que los análisis cientificos se sitúen dentro de un esquema amplio de evolución social que los afecta, sobre todo, en las Ciencias Sociales. Esta es la razón por la que la herramienta analítica de la Economía Política: el “modo de producción” tenga una carácter progresivo y evolucionista, llegando a hablar de un “desarrollo de fuerzas productivas” (Comas, 1998, pp. 58–62); pero también es la razón por la que la Economía Regional tiene como potenciales herramientas analíticas a una nueva econometría geoespacial.
De hecho, Palomino (2020) muestra entusiasmo por la promoción y el avance del uso de paquetes estadísticos y facilidades econométricas en relación a datos geográficos, para explicar fenómenos complejos (socioeconómicos y biofísicos) (pp. 43–44); asimismo, plantea la urgencia de ampliar el desarrollo de los estudios regionales en el Perú y Latinoamérica, incluso creando instituciones dedicadas al análisis concreto de cuestiones regionales (pp. 51–52). Pero olvida los conflictos endógenos a esta nueva propuesta teórica y metodológica reciente, que parte de Krugman (1991) y Anselin (1995) con la Geografía Económica y la Econometría Espacial.
Evidentemente, los planteamientos econométricos y aplicaciones de datos geoespaciales son útiles y beneficiosos, pero resulta necesario analizar la concordancia de estas nuevas técnicas estadísticas en relación a la Economía Política Regional y sus dinámicas. Si bien una gran mirada inicial del uso econométrico es la capacidad de predecir y explicar, no se debe recaer en el problema de hablar de economía positiva y establecer la posibilidad de predecir independientemente de la validez del marco teórico y del modelo (Friedman, 1953, pp. 23–39); en este sentido positivo, se valora la capacidad de los modelos econométricos como herramientas analíticas predictivas, independientemente de si el modelo calza o no con aspectos conceptuales.
Aquí hay una gran tensión: el instrumento econométrico es útil, pero no se puede desligar de la teoría. Las innovaciones tecnológicas no tienen que ver con la cantidad de los datos, sino con su funcionalidad. Entonces, si el objetivo de la Economía Regional realmente es la planificación y ejecución de políticas económicas, entonces los nuevos modelos econométricos tienen que ser eficientes y, sobre todo, explicativos.
¿Cómo combinar técnicas sofisticadas que den cuenta de no linealidades, de elementos subyacentes (no reconocibles), etc., con relevancia para las políticas públicas? La respuesta tiene que ser pragmática, pero sobre una base conceptual en el que la econometría no sea independiente de la teoría, la cual siempre debe estar presente.
La tensión está pendiente por resolver en el Perú, lo que obliga a que la investigación y las políticas vinculen la técnica con la disciplina, más aún con la realidad. Si bien el sentido y funcionamiento de nuevos sistemas econométricos no deben dejar de incentivarse, estos necesitan traer a la mesa la rigurosidad de la Economía Política Regional para comprender el Espacio Peruano.
Notas
[1] A lo largo de todo el texto, por fines prácticos, se utiliza el término “hombre” para referirse tanto a la mujer como al varón.
[2] En efecto, Max Scheler, con cobertura filosófica fichteana menciona que la realidad absoluta es el Yo (humano, que no divino) y todo lo demás es el no-Yo, el cual también está en función del Yo ([1938] 1994, pp. 75–81). Este espacio tiene una connotación idealista que solo tiene un eje: el hombre, de modo que el no-Yo (el mundo) actúa de intermedio para que los diferentes egos se comuniquen.
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