El pasado lunes 18 de noviembre, el presidente del directorio de Credicorp y del Grupo Romero, Dionisio Romero Paoletti, confesó haber entregado a Keiko Fujimori, para la campaña presidencial del 2011, más de 3 millones y medio de dólares, además de 450 mil dólares para la campaña del 2016. Desde entonces, por “arte de magia”, las principales corporaciones peruanas dieron a conocer una serie de aportes económicos realizados para financiar las campañas electorales de Keiko Fujimori y de Pedro PabloKuczynski en los años 2011 y 2016.
Ante esta serie de hechos, cabe preguntarse respecto a la relación entre esta suerte de “lobby corporativo” y la persistencia (o renovación constante) del neoliberalismo en el Perú. Para ello, se entenderá al neoliberalismo como un proyecto de clase que busca posicionarse y reinventarse a través del tiempo con el fin de no perder vigencia y poder[1] (busca su continuidad). Es decir, apelaremos a la noción de un modelo neoliberal que no pretende regresar al laissez faire o a la desregulación, sino reinventarse mediante la creación (o manipulación) de instituciones e imposición de regulaciones que permitan a los mercados existir y tener efectos sobre las personas[2].
Hacia el año 1986, el entonces presidente del Perú, Alan García Pérez convocó a los doce mayores empresarios peruanos con el fin de discutir respecto al rumbo que el país debía tomar. La prensa peruana usó el término “Los Doce Apóstoles” para referirse a ellos. Desde entonces, se esbozó la idea de que algunas de las políticas de Estado son tomadas por ciertos grupos de poder económico en la medida que tienen la capacidad de influir sobre las decisiones de las instituciones estales y sus funcionarios públicos[3] (Durand, 2017).
A continuación, revisaremos y contrastaremos literatura que desarrolla y expone el tema en cuestión. El objetivo de ello es desentrañar la naturaleza y dinámica en la que se construyen las relaciones de poder que las grandes corporaciones empresariales del Perú imponen sobre el sistema estatal y legal. Es necesario lograr evidenciar dicha dinámica de poder, ya que esta hace del Estado un aliado de sus intereses a costas del desequilibrio institucional.
Francisco Durand, en Cuando el poder extractivo captura el Estado, realiza una novedosa tipología de las formas de captura de Estado, ya que no limita su análisis al mero poder económico. Esta tipológica consta de tres mecanismos de captura usados para influir en los gobiernos: el financiamiento de campañas políticas (apelar al control de la información que difunden los medios de comunicación), el lobby y el fenómeno de las “puertas giratorias” (Durand, 2016). Los dos primeros mecanismos son ya conocidos a raíz de la coyuntura política y social del país, la cual ha puesto en manifiesto que hay un poder económico que no respeta los fueros del poder político. Sin embargo, el mecanismo de las “puertas giratorias”, no solo es poco conocido, sino que es fundamental si se trata de entender la persistencia del “lobby corporativo” y, con ello, una de las causas de la continuidad del modelo económico neoliberal.
Para evidenciar cómo es que se da este mecanismo de captura del Estado, el autor cree necesario presentar como ejemplo el giro político que se dio durante el gobierno de Humala, causado por la autoridad de las élites económicas (conformadas por gremios empresariales, think tanks y medios de comunicación) a partir del impulso del sector privado. Este giro político es demarcado por una serie de medidas[4] que contradecían los principales lineamientos de la propuesta humalista durante su campaña política. Para Durand este cambio se da, sobre todo, por la intervención de algunos actores clave en la toma de decisiones del gobierno, como el presidente y directores del Banco Central de Reserva del Perú (BCR) o los funcionarios del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) (Durand, 2016).
Para entender los nexos entre estos actores clave y el cambio drástico de los lineamientos de política, el autor explica que estos funcionarios públicos, antes de poseer los cargos en mención, tenían un pasado laboral sesgado desde la banca privada o desde organismos financieros internacionales (Durand, 2016). De esta manera, la “puerta giratoria” se “hace visible”: el conocer, entender y respetar el sistema al que estaban acostumbrados era el comportamiento asimilado por estos actores antes privados, pero ahora públicos y políticos. Por tanto, el gobernante debía limitarse a los lineamientos aprendidos por sus funcionarios públicos (antes privados) si quería evitar sobresaltos durante su gobierno.
Para Álvaro Grompone[5], en Burócratas y Tecnócratas, se trataría de una elite tecnocrática que tiene una cierta ideología tecnocrática “eficientista” (o de la empresa) que reemplaza la ideología política y transforma el Estado por una ideología economicista. Esto construye una “mentalidad de gobierno” (técnica determinada para gobernar) que exige la consideración de ciertos mecanismos que garanticen la eficiencia en cada proceso de toma de decisiones.[6] En otras palabras, se trataría de una racionalidad rectora que transforma al Estado, con la cual el principio de eficiencia se impone sobre el de representación. Para Grompone, aunque hay autonomía tecnocrática, esta se encuentra sesgada hacia cierto tipo de políticas, no porque sean mejores sino porque el esquema eficientista la limita, lo cual garantiza la continuidad de políticas públicas y, con ello, de un determinado modelo económico. (Grompone 2017)
Aunque el tecnócrata[7], para Grompone, es demasiado monolítico (supone que todos los tecnócratas buscan la eficiencia) es válido creer que se parece mucho al funcionario público sometido al fenómeno de la “puerta giratoria” que describe Durand. Este funcionario público (o tecnócrata) concibe al Estado como una empresa que soluciona una serie de problemas de manera eficiente, porque así lo aprendió siendo funcionario privado o porque, en última instancia, su formación académica estuvo limitada por el principio eficientista.
Se trataría de una elite científica que, tras recibir una formación académica o empresarial sesgada hacia el modelo eficientista, ve limitado su accionar público a las relaciones de poder que las grandes corporaciones empresariales del país imponen sobre el sistema estatal y legal. A partir de allí, se hace evidente que, aunque los gobiernos cambien, los intereses económicos se mantienen a través del dominio directo del empresariado, quienes “ganan” indirectamente las elecciones y asumen el poder del país periodo tras periodo. Finalmente se concibe que dicho “lobby corporativo” y, con ello, la continuidad del modelo neoliberal tiene como pieza fundamental a la tecnocracia eficientista.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Durand, F. (2016). Cuando el poder extractivo captura el Estado: lobbies, puertas giratorias y paquetazo ambiental en Perú. Lima, Perú: OXFAM.
Durand, F. (2017). Los doce apóstoles de la economía peruana: una mirada social a los grupos de poder limeños y provincianos. Lima, Perú: Fondo Editorial de la PUCP.
Grompone, A., & Gálvez, A. (2017). Burócratas y tecnócratas: la infructuosa búsqueda de la eficiencia empresarial en el Estado peruano del siglo XXI. Lima, Perú: Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
[1] Acepción defendida por David Harvey en Breve historia del neoliberalismo
[2] Se cree relevante apelar a esta definición, porque permite concebir la “construcción” de un Estado poco autónomo.
[3]Entre ellos, algunos políticos.
[4] Entre estas medidas, encontramos, por ejemplo, que direccionó su propuesta tributaria en favor de la minería, dejó de apoyar las demandas laborales de los sindicatos y las demandas de los pueblos contra la minería, limitó la financiación de algunos programas sociales, motivó la criminalización de la protesta y se asimiló a los intereses del modelo extractivista-financiero que las corporaciones dirigían.
[5]En contraste a Durand concibe que el Estado sí tiene una autonomía, pero sesgada.
[6] Marcos lógicos, presupuestos por resultados (gastos controlados).
[7] El concepto de tecnocracia es demasiado amplio y, a veces, ambiguo. Por ello, este no necesariamente está relacionado al neoliberalismo. En algunos casos, la tecnocracia está relacionada con la planificación, que es lo que el neoliberalismo evita.