El egoísmo es la cicatriz más dolorosa de un país desnudo. La pandemia ha despojado de sus prendas al Perú que, sin pudor alguno, muestra los defectos económicos y sociales ocultos por años tras las cifras del crecimiento infeliz.
“El pudor no es innato, se enseña; y es un
sentimiento exclusivamente humano, porque,
de todos los animales, el hombre es el único
que trata de ocultar una parte de su
cuerpo, aun cuando descubra las restantes.”
Marco Aurelio Denegri
Los peruanos aún rememoran, con notable nostalgia, aquellos días de euforia económica y optimismo de ensueño. Parecen días muy lejanos en el tiempo, pero, solo diez años atrás, el Perú atravesaba una de las mejores etapas económicas en su reciente historia. Por casi una década, entre el 2003 y 2013, el PBI creció en promedio 6.4%[1], ni la ficción más irreal sugería esta cifra. Por aquellos días, también, era cosa común ver, cada mañana, la sonrisa del empresario, la dicha del presidente y de sus ministros; así como el abrazo fraternal entre los miembros de la clase media frente a un lema de esperanza tras años violentos y críticos.
Era un mundo feliz que parecía no concluir; una ilusión forzada que desistía de perecer. Sin embargo, tras años de gloria, el Perú se encontraba sobre el acantilado. Su futuro, en juego, se abría frente a un horizonte sombrío: la economía mundial declinaba, China no era la misma y el precio de las materias primas descendía cada año. Después del chapuzón de gloria, como bien lo dicen Carlos Ganoza y Andrea Stiglich en El Perú está calato, el país se desnudó para mostrar los defectos en la estructura económica que se hallaban bajo las prendas del crecimiento ilusorio.
Pero nadie contemplaba que un virus nos daría el último empujón para caer por acantilado hacía un destino fatal. Aquel virus, desnudó aún más los problemas estructurales del Perú; y no solo eso: nuestro país quedó completamente desnudo, sin pudor alguno, y mostró las cicatrices sociales que el ropaje escondía.
Clínicas añadiendo costos a pruebas rápidas facilitadas por el Gobierno, farmacias elevando el precio de medicamentos esenciales, delincuentes cibernéticos despojando a las familias vulnerables del bono universal, estafas mediante balones de oxígeno adulterados ¿Aún existe el abrazo fraternal entre los peruanos?
El egoísmo es la cicatriz más dolorosa de un país desnudo. A pasos acelerados, ciertos peruanos dirigen sus acciones a satisfacer el interés personal sin considerar el de los demás. Aquellas maniobras individualistas retratan, de manera impecable, la carencia de valores comunitarios y congelan el más cálido sentimiento de hermandad., sentimiento pregonado tantas veces en el Perú. El sálvese quien pueda nunca fue tan draconiano.
Caminantes sin camino
Por las calles de lima, caminan, sin rumbo definido, cuerpos que se distinguen por los costales sobre el hombro y un afligido rostro tras la mascarilla. «Caminante, no hay camino; se hace camino al andar» (Antonio Machado). Ningún verso resume mejor el designo trágico que dirige la ruta de aquellos informales, emprendedores en bancarrota y algunos desempleados que, guiados por el instinto, recorren los distritos de Lima en busca de un centavo para sobrevivir. «Es que nadie los quiere», repetía una reportera en un programa nocturno. Y parece no faltarle a la verdad frente a las circunstancias actuales que nos someten. Las municipalidades ven una carga en los menos afortunados, sin salario definido, que son abofeteados no solo por las autoridades, sino también por otros peruanos.
Una contradicción moral, patente desde el inicio de la cuarentena, reside en que los ciudadanos, generalmente privilegiados por el trabajo estable, reniegan de los ambulantes por las mañanas; sin embargo, siente lástima y empatía cuando los ven por la televisión cada noche. Jamás han sido tan notorias, en el siglo XXI, las grietas de la desigualdad en el Perú.
Lamentablemente, el lema de la esperanza emprendedora, aquel lema bañado de optimismo, coraje, valentía y esfuerzo en épocas de antaño, ahora, es sinónimo de desprecio. El Perú queda retratado como un país de soluciones inconclusas y estrategias circunstanciales que tratan de cubrir con un pañuelo el enorme monumento de la desigualdad y el egoísmo.