Económica

Los mercados perfectos y “el mundo de la verdad”

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¿Qué relación tiene el sistema de precios y el mundo imaginario donde nadie miente? ¿Se puede alcanzar una sociedad justa con los mercados perfectamente competitivos? Encontremos las respuestas a estas preguntas de la mano de Tim Harford en “El economista camuflado”.

En la película “Mentiroso mentiroso”, protagonizada por Jim Carrey, el hijo de Fletcher Reede pide como deseo de cumpleaños que su padre no pueda mentir. Esto le trae muchos problemas en su trabajo, ya que como abogado le es imposible mentir para poder ganar juicios. ¿Qué sucedería si en el mundo todos estuvieran obligados a decir la verdad? Imaginemos que vamos a comprar una taza de café y el vendedor nos pregunta cuánto dinero como máximo estaríamos dispuestos a pagar por un capuchino. Si somos amantes del capuchino podríamos decir que pagaríamos hasta $ 15. Pero, si también somos astutos preguntaríamos cuánto cuesta producir esa taza y el vendedor, quien no puede mentir, tendría que revelar que en realidad cuesta menos de $1. En este punto, la transacción podría realizarse solo si tanto el comprador como el vendedor están conformes.

Esta gran diferencia de precios sigue la siguiente lógica: el comprador le concede al producto un valor igual o mayor al precio del producto, mientras que para el vendedor su precio es mayor que el costo de producirlo. Así, cuando se realiza una transacción comercial a un determinado precio, significa que tanto el consumidor como el vendedor están siendo beneficiados. Ahora supongamos que existen numerosos vendedores de café compitiendo en el mercado. La competencia hará que el precio del café disminuya paulatinamente hasta que alcance su costo marginal, es decir el costo de producir una taza de café adicional. El precio entonces, pasa de ser información subjetiva a información exacta sobre costos.

Así, en el mercado, los numerosos bienes interactúan entre sí a través de los precios. Una mala cosecha puede encarecer el precio del café, y en su lugar se puede demandar más productos alternativos como el té, cuyo precio aumentará por su mayor consumo. Este mayor precio beneficiará a los agricultores del té quienes gastaron en otros bienes y así sucesivamente. Por lo tanto, el aumento o reducción de demanda provocan variaciones en el intrincado sistema de precios a nivel mundial.

En un escenario de mercados perfectamente competitivos e interconectados entre sí suceden cuatro hechos fundamentales: primero, las empresas fabrican los productos de forma adecuada, caso contrario quebrarían; segundo, las empresas fabrican los productos adecuados, es decir, lo que desean los consumidores; tercero, los productos se fabrican en las dimensiones adecuadas ya que producir muy poco sería desperdiciar la oportunidad de vender y producir en exceso sería perder dinero; y cuarto, los productos llegan a las personas adecuadas que serán los que paguen el precio adecuado. En síntesis, no se puede ser más eficiente que un mercado perfectamente competitivo.

No obstante, en el mundo real existen bienes y servicios que no son provistos por el mercado sino por el Estado; los análisis de estos revelan las virtudes y defectos de los mercados. Por ejemplo, en Gran Bretaña, donde la mayoría de niños y jóvenes estudian en colegios estatales, existe la ventaja de que tanto pobres como ricos reciben la misma calidad educativa. Sin embargo, la calidad de educación varía entre las escuelas por lo que aquellos padres que desean que sus hijos reciban mejor educación tienen que mudarse a los vecindarios con mejores colegios. Y son en estos vecindarios donde los precios de las casas son mayores, así el dinero se canaliza a manos de los arrendadores de estas viviendas. En un sistema de mercado competitivo, el dinero de los padres se destinaría a generar escuelas de mejor calidad sin necesidad de tener que cambiar de vecindario.

Los impuestos pueden ser buenos al proveer servicios públicos a todos por igual, pero pueden generar una pérdida de eficiencia. Un mercado competitivo puede garantizar la eficiencia, más no garantiza una sociedad justa. Por lo tanto, nos encontramos frente a un aparente dilema: elegir entre eficiencia o equidad.

Frente a esto, Kenneth Arrow formuló el “teorema de la ventaja” para rebatir este dilema. Para dicho economista, los mercados competitivos eran eficientes y para lograr que además se alcanzase la equidad bastaba con modificar el punto de partida. Así, Arrow propone como analogía una carrera de cien metros. Una opción para que todos los corredores alcanzasen la meta al mismo tiempo sería pedir a los participantes más veloces que corran más lento, aunque esta opción implique un desperdicio de talento; o se podría optar por una segunda opción que sería modificar el punto de partida: los tacos de salida de los participantes más rápidos se moverían hacia atrás para que así estos cubran una mayor distancia. De esta manera, no se perdería el talento de los más veloces y el resultado final sería más equitativo.

Entonces, se deduce que la solución del gobierno debe ser imponer impuestos y subsidios que sitúen a todos en igualdad de condiciones iniciales, para que luego el mercado competitivo se encargue de que todos salgan beneficiados.

Sin embargo esta solución es poco probable  ya que desde el inicio se ha supuesto la existencia del mercado perfecto y competitivo, cuando en realidad, estos mercados son tan reales como los abogados que nunca mienten. No obstante, esta suposición sirve para analizar los motivos detrás de los problemas económicos y cómo podrían encontrar una solución.

Fuente:

HARFORD, Tim

2007                           El economista camuflado. Primera edición. México DF: Editorial Planeta, pp. 81 – 102.

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