Económica

Re-enfocar: Por una revolución del enfoque económico en el Perú

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En la política pública los economistas tenemos un rol clave: creamos los indicadores sobre los cuales nuestros políticos promueven agendas, crean leyes e informan a la ciudadanía. Estos indicadores, lejos de ser imparciales, priorizan ciertos aspectos de la realidad en detrimento de otras. ¿Cuál es el enfoque con más adeptos en el Perú? Y más importante aún ¿Qué enfoque se deja atrás?

Autor(a): Maria Alejandra Ramos Cadenillas

 

La economía, en su sentido más amplio, estudia la creación de riqueza y la producción, así como la distribución y el consumo de bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas. Esto, puede considerar el lector, es un ejercicio bastante práctico e imparcial. Sin embargo, parte de la labor de un economista radica justamente en ser más que un matemático o un estadístico, también debe ser un poco filosofó, historiador y psicólogo. Prueba de esta necesidad es la presencia del concepto ¨necesidades humanas¨ en la primera oración de este artículo, el cual nos obliga a volver sobre el ámbito valorativo.  ¿Cuáles son estas necesidades humanas? y ¿Cómo afectan a las actividades prácticas que constituyen a la ciencia económica?

Desde siempre han existido acuerdos tácitos que permiten llevar una vida en sociedad. La ética civil bajo la cual nos conducimos limita nuestras acciones, y moldea nuestros pensamientos y convicciones, ya que desde que nacemos en este mundo nos vemos sujetos a ella. Su fortaleza y consistencia recae en que propone reglas que parecen ser relevantes y universales, es decir, resulta muy difícil encontrar una razón lógica para darles la contra. El documento más importante que propone una ética civil es La Declaración de los Derechos Humanos, elaborado en 1948 poco después de que el mundo conozca los horrores de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que no sea un documento que haya podido ser ratificado pues no es un tratado, la Declaración ha inspirado muchos acuerdos internacionales sobre Derechos Humanos legalmente vinculantes.

Los Derechos Humanos entonces, son ese agregado de condiciones que todos acordamos merece una persona sin importar su posición económica, espacio geográfico o características físicas. En otras palabras, las necesidades humanas que la ciencia económica busca satisfacer a través de la optimización de los recursos disponibles. La siguiente pregunta que se desprende entonces, como economista en Perú es: ¿tenemos los medios para garantizar estos derechos? No es difícil llegar a la conclusión de que, para poder garantizar el derecho de las personas para recibir una educación, un sistema de salud, o seguridad social, es necesario que el Estado cuente con una riqueza que sea capaz de cubrir todos estos gastos para cada ciudadano y ciudadana. Sin embargo, las condiciones económicas para Perú, y en general América Latina, no siempre han permitido que haya acceso a estos servicios.

El último gran periodo de crecimiento para Perú ocurrió en la década entre 2003-2013, cuando la estabilidad macroeconómica indujo una entrada de importantes capitales financieros. Estas medidas que contribuyeron a la estabilidad macroeconómica – como la estabilización del tipo de cambio, el darle autonomía al Banco Central, y acotar sus responsabilidades a solo manejar la inflación- también permitieron un ambiente donde se pudo garantizar la seguridad económica de las personas a mediano y largo plazo.

En su popular texto, Milagro Peruano: ¿buena suerte o buenas políticas?, Mendoza escribe que las dos variables macroeconómicas más importantes para valorar el bienestar de la población son el PBI per cápita y la inflación. En efecto, estos indicadores mejoraron durante la década del 2000: el PBI per cápita aumentó un 60% de sus niveles en el 2002 mientras que la devaluación se redujo a 3.1% del aproximadamente 300% que alcanzó en la década de 1980.

En definitiva, estos cambios son importantes, y contribuyen a la mejora de la vida de las personas. El crecimiento del PBI per cápita ha significado una mejora del capital humano, pues su rendimiento marginal ha crecido; esto a su vez, se ha traducido en un mayor salario lo cual permite a la persona acceder a bienes y servicios necesarios para su desarrollo. Por otro lado, la estabilidad de precios genera confianza en el futuro, permitiendo a la clase trabajadora, cada vez con más poder de compra, invertir o adquirir créditos que los saquen de la pobreza o mejoren su calidad de vida. Los datos corroboran esta versión, el desempleo llegó a un bajo histórico de 4% en el 2013, la tasa de pobreza se redujo a menos de la mitad, y el empleo formal aumentó en 6%.

Pero hablar de desarrollo implica mucho más que algunas medidas agregadas. Joseph Stiglitz (2002), premio nobel de economía, menciona en un discurso que la verdadera esencia del desarrollo es la transformación social. En ese sentido, si bien el PBI, medida que mide el valor monetario del total de bienes y servicios producidos en una economía, da cuenta del crecimiento económico, no refleja el cambio en su sociedad. El desarrollo abarca mucho más que la economía, a pesar de que cualquier decisión económica puede tener efectos importantes en el desarrollo.

Considerando en retrospectiva, que el periodo del auge de los metales (2002-2013) fue una oportunidad excepcional de desarrollo dado el crecimiento económico, opino que no fue aprovechado en toda su magnitud. Es cierto que se consiguieron importantes avances, sin embargo, estos son insuficientes para combatir el nivel de carencia que existe en nuestra sociedad. El modelo neoliberal, implementado a partir de la década de 1990, no ha logrado erradicar las heterogeneidades regionales, productivas y laborales, ni ha sido capaz de promover el crecimiento de la industria nacional, la cual sigue siendo dependiente del exterior. Dado el estado actual de las cosas, en especial, de aquellas carencias tan evidentes en servicios públicos y la desigualdad que condiciona las posibilidades que tiene cada persona frente al COVID-19, ¿no se hace necesario replantear los esquemas científicos de manera que prioricen un tipo de metas menos enfocadas en el crecimiento y más en el desarrollo?

Esta no es una idea nueva. Las teorías sobre desarrollo humano han visto un periodo especialmente fructífero para la producción dentro de esta materia. El enfoque de capacidades de Sen (1980) es probablemente, la teoría más emblemática de esta área, y muchos científicos sociales se han propuesto la tarea de generar indicadores capaces de condensar la búsqueda del bienestar humano en medidas de pobreza siendo la más reconocida y difundida el método de Alkire-Foster (2007, 2011).

Hasta finales del siglo XX, la corriente económica dominante era la neoclásica, escuela que proponía priorizar todo aquello que fuera medible, lo cual explica esta importancia que se le dio, y se le sigue dando a indicadores económicos como el PBI per cápita. Las iniciativas más importantes de la lucha contra la pobreza buscaban incrementar el nivel de salarios, y tenían como herramienta metodológica la fijación de líneas de pobreza. En base a estas líneas, métodos como el de Foster-Greer-Thorbecke (1984) permiten generar una familia de medidas que reflejan diferentes características de la pobreza, como profundidad, desigualdad, y capacidad de descomponerse por subgrupos. La utilidad de estas medidas recaía en su empleabilidad para hacer política pública, y a pesar de que esta era la mejor aproximación a promover el desarrollo que tenían entidades como el Banco Mundial, hoy sabemos que estas representaciones son inadecuadas para guiar la búsqueda del desarrollo.

Consultations with the poor (1999), fue el primer estudio participativo a gran escala que intento buscar una definición de lo que era una ¨buena vida¨.  Liderado por Deepa Nayaran y recogiendo las opiniones de personas pobres en más de 23 países, este documento, encargado por el Banco Mundial, cambio el paradigma con el que se definía y entendía las experiencias por las que pasaban las personas más desaventajadas de nuestra sociedad.  A partir de estas entrevistas, se reconocieron cinco dimensiones que configuran una experiencia de vida negativa. Estas son: Falta de agencia, inseguridad, malas relaciones sociales, pobreza material y debilidad física. Por otro lado, una buena vida se vería representada por: Agencia, seguridad, buenas relaciones sociales, tener suficiente para vivir y bienestar físico. Además, se reconoció las interrelaciones entre las diferentes dimensiones, y cómo esto puede intensificar el sufrimiento de una persona.

Este documento abrió paso para la evaluación del desarrollo humano de una manera mucho más compleja y completa.  Considero que incluso re-vitalizó la importancia de los derechos humanos, pues corroboró su universalidad. Los conceptos de buena y mala vida responden directamente a la presencia o carencia de estos derechos fundamentales. Y fue en base de estos hallazgos que se plantearon los Objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030, una serie de 17 objetivos que incluye entre ellos eliminar la pobreza en todas sus formas. Por otro lado, en el ámbito académico se popularizaron los indicadores de pobreza multidimensional, que, como complemento de las medidas de pobreza monetaria, evalúan estas otras dimensiones del desarrollo, en su mayoría, desde el Enfoque de Capacidades de Sen.

Desde entonces, muchos países han incorporado mediciones de pobreza multidimensional como herramientas nacionales para medir y entender la pobreza con el objetivo de generar política pública. De hecho, América Latina es una de las regiones que con más facilidad ha generado sus propias medidas de pobreza multidimensional, debido a su familiaridad con el modelo de Necesidades Básicas, un predecesor no exitoso del Enfoque de Capacidades. El Enfoque de N.B no prosperó por diferentes factores. A pesar de ser un modelo cuya propuesta se podía resumir en proponer un mínimo de estándar de vida constituido por consumo de bienes, servicios públicos, y necesidades de naturaleza cualitativa como libertad individual o ambiente optimo, la búsqueda por garantizar estos elementos no funcionó en su ejecución. Los programas que intentaban promoverlos solo le dieron prioridad a la carencia de bienes materiales o a suplir la pobreza monetaria.

A diferencia del Enfoque de Necesidades Básicas, el Enfoque de las Capacidades no se concentra en el medio sino en el fin. En efecto, centrar la esencia del desarrollo en los elementos que necesita una persona para tener una buena vida puede conducir muy fácilmente, como ha demostrado la práctica, al fetichismo del commodity. El enfoque de Sen se concentra en el individuo, el cual es motivo y fin, buscando garantizar que este tenga los medios para hacer y ser lo que valora. Sin embargo, la importancia de garantizar esta capacidad al peruano y peruana continúa siendo ignorada, debido a que Perú aún no cuenta una medida de pobreza multidimensional oficial.

Actualmente, la opinión pública se encuentra dividida. Hay aquellos que apoyan las medidas tomadas durante la pandemia, y aquellos que critican el desempeño del Estado. Sea cual sea la opinión del lector, no creo que nadie pueda decir, en sana conciencia, que estemos bien. La disyuntiva se encuentra en sí creemos que el Estado está haciendo su mayor esfuerzo para responder eficazmente a los pedidos de los ciudadanos y ciudadanas, y si incluso con su mayor esfuerzo, este es suficiente para remediar décadas de carencias y privaciones acumuladas. 

En esto tiene culpa la clase política y las autoridades de nuestro país, su pobre compromiso con el bien común se ve reflejado en los numerosos actos de corrupción y mala gobernanza guiada por una visión cortoplacista. Sin embargo, también nos toca asumir responsabilidad a nosotros, economistas que ya son y serán, por promover una cultura de veneración a indicadores que, en el mejor de los casos, reflejan la realidad de manera muy limitada.

Los indicadores son elementos poderosos a pesar de ser conceptos sintéticos creados por el hombre: son capaces de sintetizar grandes cantidades de información en pequeñas figuras digeribles y fácilmente divulgables las cuales pueden usarse para que la sociedad civil exija un cambio importante si no está satisfecho con la que ve. Darles prioridad a indicadores macroeconómicos como el PBI o la tasa de inflación, poco nos dice del verdadero estado de la sociedad, de la verdadera situación de aquellos valores que tratamos de proteger.

 

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