Económica

¿Sabemos elegir? Nuestras decisiones desde la economía conductual

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Siendo individuos particulares dentro del colectivo social, pensamos que tenemos poder de decisión sobre nosotros mismos y sobre nuestros actos. Sin embargo, somos presas de nuestros propios sesgos y actitudes, los cuales afectan nuestro comportamiento económico. A continuación, se explicará a través de la economía conductual qué factores condicionan la determinación por una alternativa y, por medio de ello, cómo alteran nuestra elección de consumo.

Previamente, habremos de explicar qué es la economía conductual y para qué sirve. Esta es, en sí, una integración disciplinaria entre la economía y la psicología, que estudia la forma en que las personas “adquieren bienes y servicios, toman decisiones, ahorran, compran, se endeudan, y pagan o evaden sus impuestos”. Al igual que otras combinaciones interdisciplinarias, como la economía experimental o las finanzas conductuales, ésta se concentra en los estudios de la psicología cognitiva, pero se halla vinculada exclusivamente al análisis experimental del comportamiento (Montgomery, 2014).

Respecto a su origen, la rama surge al cuestionar los fundamentos básicos de la economía neoclásica, pues puso en duda al axioma de la racionalidad del agente económico. Así, esta especialidad busca estudiar el comportamiento de los sujetos partiendo de sus procesos cognitivos y motivacionales (Botero & Zarama, 2010).

Dentro de la rama, es común observar el estudio de tres ejes: la heurística, los sesgos cognitivos y la racionalidad. El primero se refiere, en pocas palabras, a la toma de decisiones de las personas con reglas que no son necesariamente estrictamente precisas ni confiables para cada escenario como basamento. En cambio, la segunda refiere las alteraciones de la percepción del ser, que lo llevan a la realización de juicios distorsionados y por consiguiente a una interpretación falaz. En tercer lugar, el último termino considera a cada ser humano como un “Homo Economicus que intenta maximizar su utilidad como consumidor y el beneficio como productor” (Rodríguez Quintana, 2012).

Según Kahneman y Tversky, en un contexto incierto, una persona emite un juicio y tiende a realizar “atajos” que simplifican el proceso mental y no a procesar la información organizadamente, formal o probabilísticamente. Dicho de otro modo, condiciona su pensamiento a una reacción instintiva en un escenario en el que posee conocimiento parcial o información que puede no ser competente con la ocasión. Así, sobre su juicio no existe lógica formal ni absoluta que la delimite (2000) (1996).

De tal manera, se justifica el concepto de racionalidad limitada. En resumen, se considera que la racionalidad de las personas se encuentra restringida por tres aspectos: primero, la información disponible; segundo, la limitación cognoscitiva de la mente; y tercero, por la cantidad de tiempo existente frente a una disyuntiva. Indica, en adición, que las personas no son capaces de llegar a una solución adecuada ni tienen los recursos para lograrlo. Por consiguiente, ejecutan procesos racionales después de haber simplificado considerablemente sus posibilidades. Por tales motivos, buscan satisfacerse y no encontrar la posibilidad más óptima (Rodríguez Quintana, 2012). Por ende, la intuición se vuelve vital en la investigación y sobre ella se identifi­can los principios heurísticos, que demostraron ser la base de los juicios frente a la incertidumbre (Pérez, 2015).

Según Herbert Simon, las personas son sólo parcialmente racionales y actúan de acuerdo a impulsos emocionales. Su modelo, entonces, se caracteriza por considerar, primero, las decisiones intuitivas, que toman en cuenta la experiencia y el criterio personal acumulados de forma subconsciente y que, por tanto, permite solucionar problemas por reconocimientos sin realizar cálculos complejos. Segundo, se encuentra la información incompleta. La limitación por la cantidad de datos provoca la tendencia a adquirir grandes cantidades de conocimiento manejable, pero que no son las más adecuadas. Por último, se toman en cuenta las soluciones satisfactorias, que indica que al encontrarnos limitados por los aspectos de la racionalidad antes examinados, buscamos únicamente la solución óptima que cumpla con los requisitos mínimos (Simon, 1957).

Otro fundamento a tomar en cuenta es la teoría de la prospectiva, que cuestiona la teoría tradicional de la utilidad como modelo de adopción de decisiones bajo riesgo. La hipótesis demuestra que, en un problema de elección, las preferencias violan los principales axiomas de la teoría de la conducta basada en la utilidad esperada. Entonces, consideraron aquel enfoque como inadecuado para describir y explicar las decisiones bajo riesgo (Kahneman & Tversky, 1979).

La teoría contempla dos momentos al elegir: la edición y la evaluación. En el primero, analizamos nuestras alterna­tivas; organizamos las opciones y las replanteamos bajo un esquema heurístico. Luego, determinamos qué resultados consideramos idénticos y fijamos un punto de referencia. De tal forma, establecemos un criterio de ganancias o pérdidas en función del resultado previsto de cada dilema. Durante la evaluación, decidimos; asumimos que sabemos valorar efectivamente la utilidad de cada posibilidad y, basándonos en las probabili­dades de cada una, escogemos la de mayor utilidad (Kahneman & Tversky, 1979).

La proposición indica cómo la motivación es mayor en un ambiente de pérdidas que de ganancias. Se identifica, además, que la motivación o el valor de algo se estanca con los beneficios que representa. Sin embargo, la motivación negativa decrece rápidamente al principio y, posteriormente, a medida que las pérdidas aumentan, ésta disminuye lentamente. Así, cuando un individuo enfrenta la incertidumbre en un escenario en donde hay mayores posibilidades de ganancias que de pérdidas, tiende a evitar elecciones riesgosas. Por el contrario, cuando hay mayor probabilidad de pérdidas que de ganancias, uno tiende a asumir riesgos. El efecto desaparece si las ganancias o pérdidas que pueda obtener son mínimas, y si el miedo a la pérdida es mayor que la atracción por las ganancias (Pérez, 2015).

Por otro lado, Kahneman y Tversky establecen que, frente a resultados que pueden obtenerse con seguridad, las personas suelen subestimar a los que son sólo probables. Este efecto, llamado “efecto certidumbre”, demuestra además que existe miedo al riesgo al momento de realizar elecciones que conllevan ganancias seguras y que, no obstante, se prefiere el riesgo que implica pérdidas seguras (Kahneman & Tversky, 1979).

Finalmente, las elecciones que tomamos no resultan definidas por la racionalidad, sino por cuestiones instintivas que devienen en simplificar procesos de selección en escenarios de incertidumbre. Tanto ante la ganancia como la pérdida, evitamos establecer criterios lógicos, simplificamos nuestro marco de acción y nos dejamos guiar por consideraciones heurísticas. En conclusión, no tenemos posibilidades de elegir la mejor alternativa y buscamos por tanto sólo un resultado satisfactorio y de bajo riesgo: no sabemos optar por la mejor opción.

Bibliografía

Botero, M. P., & Zarama, S. (2010). La Economía Conductual: Tendencia Actual en el Análisis Económico del Derecho. Universitas Estudiantes, 215-233.

Kahneman, D., & Tversky, A. (1979). Prospect theory: An analysis of decision under risk. Econométrica, 263 – 291.

Kahneman, D., & Tversky, A. (1996). On the reality of cognitive illusions: a reply to Gigerenzer’s critique. Psychological Review, 582-591.

Kahneman, D., & Tversky, A. (2000). Choices, Values and Frames. Nueva York: Cambridge University Press.

Montgomery, U. W. (2014). La economía conductual y el análisis experimental del comportamiento de consumo. Revista de Investigación en Psicología, 281-292.

Pérez, G. A. (2015). Economía conductual, principios generales e implicaciones. Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología, 67-72.

Rodríguez Quintana, E. (2012). Toma de Decisiones: La Economía Conductual. Oviedo.

Simon, H. A. (1957). Models of man : social and rational. Nueva York: John Willey.

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